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MALABARES COTIDIANOS Somos demasiados ¿A quién aplicaría el pico y placa usted?
Escritora ecuatoriana


Somos demasiados

Después de sortear un tráfico agobiante, mi amiga María y yo llegamos a nuestro restaurante favorito.

Cuando entramos, el encargado nos dijo que no tenía mesas disponibles y apuntó nuestros nombres en una lista de espera. 

Después de 25 minutos una mesa quedó libre y, mientras nos acomodábamos, María me dijo: ¡Es que somos demasiados! ¿Te has fijado? Demasiada gente manejando, demasiada gente comiendo, demasiada gente en todas partes, ¡el mundo se desborda!

Me di cuenta de que tenía razón, si llamo al médico tiene la agenda tan llena que me da cita para después de dos meses. Si voy a sacar la cédula me toca el turno 2598. Si pido un taxi me dicen que todas sus unidades están ocupadas. Si viajo en avión lo hago en la postura de un contorsionista porque los asientos son demasiado estrechos para que quepa más gente.


Recordé entonces el caso de una compañera que fue a hacer una gestión en el municipio y se encontró con una fila tan larga que estuvo más de tres horas avanzando lentamente. Durante el tiempo de espera conoció a un chico, se contaron sus vidas, sintieron el flechazo del amor, se besaron, después discutieron y rompieron ¡todo eso en la fila! Que si hubiera sido un poquito más extensa quizá les habría dado tiempo para convertirse en padres y ver a sus hijos crecer en el municipio.

María, sentada frente a mí en el restaurante, me lanzó una idea apocalíptica: Debería desaparecer a una buena parte de la humanidad.

¡Estás loca! –le dije asustada.

No, no, –aclaró– no hablo de un exterminio masivo, hablo de algo así como un “pico y placa” humano; que en bien de la sociedad algunas personas se queden en sus casas un día a la semana.

Y entonces comencé a imaginar a la gente a la que me gustaría aplicarle ciertas restricciones de movilidad:

Que los lunes no circulen los que van por las calles lanzando el auto con aires de prepotencia, ni los que hablan con un palillo de dientes en la boca, ni los que guardan el puesto en el cine a toda la familia, colocando en cada butaca una chompa, un saco, un bolso y una bufanda.

Que los martes no circulen los que se saltan la fila en la entrada a un concierto. Ni los que se ponen pasta dental en el labio cuando les ha salido un fuego, y pese a eso quieren saludar con beso. 

Que los miércoles se queden en sus casas los que dejan el coche del supermercado en mitad del pasillo. Y los que lavan el auto en la acera con el parlante tecnocumbiero a todo volumen. Y los que no ceden el asiento a los viejitos en el bus.

Que los jueves no circulen los señores que disimulan (mal) la calvicie y se dejan un mechón larguísimo que luego distribuyen en círculos por toda la cabeza. Que los viernes se queden en su casa los que lanzan cáscaras de frutas por las ventanillas del autobús; y los hombres que usan tanga en la playa.

Que los sábados no salgan los que tienen la uña del dedo meñique larga. Ni las flacas de cuerpo envidiable que dicen “¡estoy gordísima!”. Ni los que hablan mitad en español mitad en inglés –aunque nunca hayan llegado ni a Rumichaca– y preguntan con tono engolado “¿Cómo se dice happy face en español?”.

¿Y los domingos?

Que los domingos no circulen las que se quejan, las impacientes y las que no soportan al vecino tecnocumbiero que tiene un fuego en el labio e intenta saludar con beso en el ascensor... o sea el domingo no cuenten conmigo, ¡porque el domingo tengo pico y placa yo!






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Edición # 603 - 17 de noviembre de 2014

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