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El Spa Zen
En búsqueda de mi conexión espiritual
Había sido un mes de trabajo intenso, de reuniones e informes interminables. Largas jornadas de trabajo y pocas horas de sueño me habían dejado unas ojeras imposibles de disimular. Me dolía la columna y una mañana mi cuello sonó ¡crak! y se quedó paralizado.
Era una de esas temporadas en que cada vez que piensas en tu jefe sientes fuego dentro de ti... y no precisamente porque estés enamorada de él, sino porque se te incendia la gastritis y tienes el colon al límite.
A punto de colapsar encontré en mi oficina un mensaje del destino: Un folleto publicitario sobre un Spa Zen fuera de la ciudad que prometía un fin de semana para “reencontrarte contigo misma y recuperar la conexión cósmica de tu alma, reactivando tus chakras, rodeada de un entorno natural mágico”.
¡Eso era lo que yo necesitaba! 15 tipos de masajes relajantes, meditación, menú vegetariano, aromaterapia. Yo necesitaba todo eso aunque no había entendido ni la mitad de las palabras de ese folleto.
Hice una reserva y el sábado temprano llegué al spa en el que me devolverían la serenidad cósmica e impedirían que colocara pegamento ultrafuerte en el cepillo de dientes de mi jefe.
En la Recepción me recibió una señora grande, con manos gruesas y cara de pocos amigos. Supuse que esa sería la cara de “conexión cósmica”.
Al llegar a la habitación ella me dijo que era la única huésped del spa, y eso me inquietó, lo justificó mencionando que apenas habían abierto un mes atrás y que aún se estaban dando a conocer. Antes de que ella saliera, la vi quedarse quieta y en silencio, mirando a un punto fijo, como si hubiera detectado la presencia de un ser de luz, pero no, enseguida se sacó el zapato y mató una araña que descendía por el marco de la puerta. Sacó el cadáver como si nada y desapareció por el pasillo.
Al rato salí para conocer el entorno natural mágico, y mientras caminaba por el jardín aparecieron tres perros que no parecían ni zen ni vegetarianos. Por suerte encontré un palo de escoba y logré neutralizarlos a través del mantra: ¡fuera de aquí, desgraciados, fuera!
Una vez que recuperé la calma me dirigí a la zona de masajes dispuesta a relajarme y eliminar todas las contracturas adquiridas por culpa de los interminables informes solicitados por mi jefe.
Me quité la ropa y me tumbé en una camilla, entonces entró la recepcionista que, por lo visto, también cumplía con las tareas de masajista, chef, administradora y guardia.
El masaje, demasiado doloroso para mi gusto, me dejó más contracturada y con un hematoma en el brazo. Ella justificó diciendo que para desatar los nudos de estrés era necesario dar algunos golpes. Salí de ahí pensando que, de haber estado un poco más estresada, quizá ella me me habría lanzado un par de trompadas. Tuve suerte.
Ya por la noche entré a mi cuarto e intenté meditar y descansar. Ambas cosas fueron imposibles, porque me di cuenta de que, ante la ausencia de huéspedes, algunas de las habitaciones se alquilaban con otros fines menos espirituales.
Intenté cerrar los ojos y decir Ommmmm Ommmmm pero los ruidos emitidos desde los otros cuartos interrumpían mi conexión cósmica. No tuve tiempo ni siquiera de averiguar dónde estaban mis chakras, agarré la maleta, pagué la cuenta y salí de ahí a toda carrera.
Fue un fin de semana tan estresante que el lunes a primera hora, al ver a mi jefe, me lancé a abrazarlo y a decirle que lo consideraba más que un amigo... un padre... mi guía espiritual.
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