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BIENESTAR Por amor Es increíble lo que las personas estamos dispuestas a hacer por amor.
María Fernanda Heredia: Escritora ecuatoriana


Por amor

Desde la adolescencia fui enamoradiza, pero el éxito con el sexo opuesto no me ha acompañado. Carezco de coquetería natural y para llamar la atención de los chicos he tenido que hacer grandes esfuerzos  (inclúyanse novena a San Antonio, hipnosis, baños con el infalible jabón Sígueme-sígueme y hasta algún ritual esotérico).

En mi adolescencia me enamoré de un muchacho lindo y tímido que era instructor de tenis para niños. Sin pensarlo dos veces me inscribí en su clase -aunque yo ya tenía 14- dispuesta a hacer un «match point». Sin embargo, el segundo día, cuando él ni siquiera se había aprendido mi nombre, tropecé con el cordón de mi zapato y caí aparatosamente, mientras  las risas de mis venenosos compañeritos de 9 años me hundían en la humillación. ¿Estás bien?, me preguntó él y, aunque yo veía estrellas y tenía un raspón sanguinolento que abarcaba codo, mano y rodilla, me levanté sonrojada y le dije que era solo un leve rasguño. Esa tarde el médico dijo «fisura de muñeca» y así mi torneo de seducción terminó en la primera ronda de eliminación.

Tiempo después me enamoré de un rockero que tenía su propia banda, y para conquistarlo quise sorprenderlo con mi look. Por fortuna mi madre se enteró y decomisó mis ahorros, evitando así que me pintara el pelo de azul y que me tatuara -de omóplato a omóplato- el logotipo de su banda: «Los murciélagos en moto». Otra vez eliminada. 

En mis fallidos intentos de seducción, y siempre por amor, me he convertido al vegetarianismo, al fanatismo futbolero e incluso aprendí a bailar hip hop.

Hace poco me presentaron a alguien que me dejó con sonrisa congelada (signo inequívoco del flechazo). Me contó que le gusta la naturaleza y que practica el senderismo. Escuché esa palabra tan amigable y antes de que se me escapara la oportunidad le dije: ¡Amo el senderismo, soy fan de todo lo que tenga senderos! 

No quise confesarle que mi única experiencia con la naturaleza se reduce a: ocasional televidente de Discovery Channel y he visto dos veces Jurassic Park. 

Quedamos en ir a la montaña el fin de semana y yo comencé a prepararme para no hacer el ridículo. Mi intuición me decía que no podría ir en calentador, prenda de gran comodidad con el que todas lucimos tan sexys como una foca. Fui a una tienda especializada y me gasté el equivalente a dos sueldos en equipamiento.

El sábado tempranísimo, cuando me recogió para ir a la montaña, yo parecía un árbol de Navidad, el único objeto de la tienda que no llevaba encima era la caja registradora. Afortunadamente él me propuso un recorrido sencillo, tan sencillo que se me hincharon los tobillos, tenía taquicardia, me tragué un mosquito, el sudor borró mi maquillaje y vi todo tipo de invertebrados, reptiles y anfibios horripilantes.

Cuando llegué a mi casa me dolían hasta las cejas. Estornudé y sentí que me descoyuntaba. En lo único que pensaba era: ¿Por qué no me enamoro de alguien que juegue Monopolio?

Al día siguiente me llamó para planificar otra ruta por la naturaleza y tuve que decirle la verdad: «Lo siento, no eres tú, soy yo. Mis músculos se oponen a nuestra relación».

Para mi sorpresa él insistió y me invitó a hacer una ruta más sencilla: caminata leve a restaurante de mi elección.

Mis amigas están felices, yo solo suspiro y les digo que por fin el jabón Sígueme-sígueme funcionó.



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Edición # 600 - 20 de agosto de 2014

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