Guayaquil se levanta por Martha y Diana
Éramos decenas, cientos, miles. Todas exigiendo, gritando, reclamando. Juntas, reconociéndonos. Enojadas, indignadas, conmovidas. Con carteles. Con pitos y cornetas. Niñas, jóvenes, adultas. También con ellos. Las mujeres y los hombres de Guayaquil desechamos el silencio y escogimos levantar la voz. Ha sido demasiado.
Si con la violación grupal de “Martha” el pasado domingo 13 de enero en Quito ya estábamos heridas, imaginen ahora. El sábado 19 en Ibarra asesinaron a una de nosotras, impávidamente frente a agentes de la Policía. Vimos el video. Sentimos cada paso con el que Diana intentó liberarse, cada gesto de miedo y luego, cada puñalada. Nos llegó tanto que este lunes Guayaquil, Quito, Cuenca y otras ciudades de país se volcaron a las calles. Porque ya sabemos que si tocan a una, nos tocan a todas. Y a todos.
La marcha autoconvocada por movimientos feministas y de diferentes sectores del activismo social en Guayaquil se concentró en la Plaza San Francisco, en el centro de la ciudad, poco antes de las 17H00. Desde allí avanzó a paso lento por la Av. Malecón hasta llegar a los bajos de la Gobernación del Guayas. Luego recorrió de regreso toda la Av. 9 de Octubre, a lo largo.
En tres horas, la marcha por las vidas de Martha y Diana convocó a casi toda la diversidad que habita en Guayaquil. Junto a la mujer de uniforme recién salida de su oficina -cartel en mano- marchaba una joven de jean roto y pelo morado. Junto al hombre de pantalón y camisa estaba el chico de estética punkera con tatuajes y pelo largo. Junto al militante de las causas proderechos LGBTI estaba el activista de los animales. Los del suburbio junto a los de la vía a Samborondón. Los del norte con los del sur. El personaje público con el habitante de los barrios, el estudiante universitario con sus docentes. Todos sudando y caminando juntos, gritando que ni una menos, que vivas nos queremos. Para muchos, fue la primera vez en una manifestación de este tipo.
También era la primera vez para Kevin Menoscal de 18 años, que vive en el Barrio del Astillero. Llegó al centro de Guayaquil con una amiga y su mamá, que tenía una calavera pintada en el rostro. Él cuenta que conoce el machismo de cerca, que afectó su vida familiar. Lo combatió en la calle. “Estoy en contra de lo que el hombre actual está haciendo contra las mujeres. Desde niño mi papá fue muy machista con mi mamá. La gritaba, la insultaba. Por ella hoy estoy aquí”.
Caminando sin camisa por la Av. 9 de Octubre estaba Fernando Sampaz, estudiante de leyes en la Universidad de Guayaquil. cargaba consigo la réplica de uno de los carteles más viralizados en Internet. “Estoy semidesnudo rodeado por el sexo opuesto y me siento protegido. Quiero lo mismo para ellas”. Cuenta que quiere cuidar de la vida de su madre, de su hermana y de sus sobrinas. “Ni una mujer asesinada más, que todo esto se acabe”, clamaba.
Federico, de 6 años, fue con su mamá Adriana Rendón. “Quiero que vea la importancia que tiene pelear por los derechos de las mujeres. Como niño y futuro hombre tiene una importante lección que aprender”, explica. Madres y padres con sus hijos pequeños en brazos o en hombros fue una escena repetida durante toda la manifestación pacífica.
Glenda Ortiz, de 53 años, es una líder comunitaria de las calles Alcedo y la 20 y personificaba a una especie de Dama de la Justicia. Vestida con un traje blanco largo y satinado, una venda sobre los ojos y envuelta en la bandera del Ecuador, Glenda gritaba. “Estoy en estado de shock, mirando como actuó al asesino de una mujer con su hijo en el vientre. Estoy indignada, no puedo contener mi rabia. Por eso estoy aquí, con indignación. Temo por mi vida y temo por la vida de mi hija”. Su vestido era, a la vez, un pedido. “La injusticia es una práctica diaria. Basta ya”, decía.
Durante el 2018, 88 mujeres perdieron su vida a causa de la violencia de género. Según la plataforma Vivas nos queremos - Ecuador, el 18% de estos casos ya registraban antecedentes de violencia y estaban en conocimiento de las instituciones públicas pertinentes. Antes de que finalice el primer mes del 2019, hemos presenciado dos grandes casos de brutalidad machista en nuestro país. Sabemos que con o sin ropa, nuestro cuerpo no se toca. Lo sabemos nosotras. Lo desconocen los que nos violentan, nos agreden, nos violan y nos matan. O quizá lo saben, y nos les importa.
Luego de todo lo ocurrido en estas dos semanas aún nos invade ese terror cuando vamos solas por la calle y sentimos que alguien nos mira o nos sigue, cuando es tarde y tomamos un taxi y enviamos nuestra ubicación en vivo para que nuestra pareja o un amigo sepa dónde estamos, cuando un hombre desconocido nos observa demasiado y nos intimida. Falta mucho. Aún no estamos a salvo. Pero luego de la marcha de hoy, de los cantos, los abrazos, la empatía y el dolor compartido, al menos nos sentimos más acompañadas.
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