Plegaria por Chile
La madrugada del 2 de abril, un solo pensamiento palpitaba en mi cabeza. Chile. Como estarán pasando esa noche, me preguntaba al abrir las sábanas dispuesta a descansar.
Me trasladé con la imaginación a la zona de emergencia chilena, en la costa, donde miles las familias pernoctaban y lo siguen haciendo, en carpas e improvisadas tiendas, con el oído en alerta por si vuelven a sonar las sirenas.
Desde el pasado 1 de abril, cuando se registraron 2 sismos de 8.2 y 6.4 grados de intensidad en la escala de Ritcher, miles de familias se han trasladado a zonas altas, a albergues, incluso a plazas y veredas. Muchos no pueden volver a sus casas porque están dañadas; la mayoría no quiere arriesgarse a desentender al mar. En la zona costera de la región del Bio Bio nadie ha olvidado el tsunami que arrasó poblaciones enteras, horas después del terremoto de 8.8 grados de intensidad. Y es que en aquella ocasión la mayoría de las 525 muertes, fue consecuencia de una fatídica confusión de señales que hizo apagar erróneamente las alarmas de tsunami, cuando debieron mantenerse prendidas. La gente no salió a tiempo de sus casas y cuando las olas llegaron ya era demasiado tarde.
El fatal recuerdo ha vuelto a los chilenos más cautos y la actitud se sostiene en el cumplimiento de los pronósticos que hacen los expertos. Hasta el momento de escribir estas líneas van más de 300 réplicas de los sismos y las alertas no terminan. Cuando hablo con un amigo chileno que vive en la zona, me sorprende saber que está preparado para enfrentar las sirenas en cualquier momento. El y su familia saben qué hacer si se disparan las alarmas. Todos irán a un cerro cercano y se encontrarán allá de cualquier manera. “¿Y tú?”, me pregunta. “¿Sabes qué hacer si hay de pronto un terremoto o un tsunami? ¿Saben tus hijos a dónde deben ir?”. Sus palabras me volcaron a una realidad nacional difícil de entender, a no ser por lo benigna que ha sido la madre naturaleza con nosotros. ¿Y siempre será así? Me pregunto ahora yo, y tal parece que no hay respuesta que valga, por lo que me he dado a la tarea de plantear en la mesa familiar lo que debemos hacer en una emergencia.
Cuando ocurrió el tsunami asiático en 2004, la mañana del 26 de diciembre, hubo una niña inglesa de 12 años llamada Tilly que, estando de vacaciones con su familia en la playa de Phuket, Tailandia, advirtió de ruidos y del retiro del mar. Gracias a esa voz de ángel se salvaron cientos de vidas, porque en promedio tuvieron 20 minutos para alejarse y buscar zonas altas. Lamentablemente, más de 220 mil personas murieron en esa tragedia, y decenas de miles más, desaparecieron.
La tragedia hizo a la gente de las zonas costeras afectadas, vivir con sus oídos alertas a las sirenas, y sus ojos inquisidores ante el mar. Nada distinto de lo que ocurre en Japón, también devastado por un tsunami en marzo de 2011, y Chile, con su historia interminable de terremotos y el récord del mayor sismo registrado en la historia: 9.5 grados, en 1960 en Valdivia.
Ahora que ha vuelto al poder, la Presidenta Michelle Bachelet no escatima en señales, y en preparar a la población. Muchos dicen que se exagera, pero no hay manera de que se quede en el Palacio de la Moneda. Ha estado en la zona de emergencia, como un soldado más en esta guerra tan difícil de ganar, dada la geografía chilena, sobre el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico. En estos días, cuando llegue la hora de ir a la cama a dormir, una plegaria nos puede poner en contacto con aquellos que están en peligro durmiendo a medias con el corazón aturdido… Rezar y bendecir: hoy por ellos, tal vez mañana por nosotros.
Por Tania Tinoco
Periodista. Directora de Telemundo
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