Cuando el fútbol era el rey
En un abrir y cerrar de ojos, el Mundial llegó y se fue. Con alegres tardes frente al televisor donde abundaban gritos y goles. Con camisetas amarillas y vivas –a la Tri– hasta que nos eliminaron con dignidad; y un sentimiento de unidad nacional solo comparable a la época de la última guerra no declarada con Perú.
Hasta las mujeres poco amigas del balón se dieron espacio para intentar comprender este juego donde saltan al gramado 11 hombres vestidos con los colores de su país. Inolvidable hazaña de Costa Rica, marchándose por penales de los cuartos de final. Colombia, que enseñó a bailar cumbia con su estrella James Rodríguez. ( Ja-mes, no Yeims) La estruendosa mordida del uruguayo Luis Suárez, que provocó al presidente Mujica calificar a la FIFA de “una manga de viejos h.. de p… “ y casi al final, la humillante derrota de 7 a 1 de Brasil ante Alemania, de la que hablarán hasta los hijos de nuestros hijos.
Solo que el mundo seguía girando. Cuando se jugaban las semifinales, se encendía de nuevo el polvorín de Medio Oriente… Las imágenes que llegaban, espantosas. Decenas de muertos, niños despedazados, barrios destruidos. Esta vez el origen fue el secuestro y asesinato de 3 jóvenes estudiantes de Israel, lo cual desató una potente reacción bélica del Estado judío. Críticas desde casi todas las direcciones por la magnitud del ataque, impidiendo que miremos más allá, a los gobiernos dictatoriales de Medio Oriente que pactan y soportan a grupos tan perversos y fanáticos como Hamas, cuya única misión es forjar un Estado palestino que necesariamente destruya al Estado de Israel.
Y no es la única guerra que se ha desatado. Hay otra más cercana y mata igual: la avalancha de niños inmigrantes. Buscan llegar solos a los Estados Unidos, manejados por mafias que estafan a sus padres convenciéndolos de que no los deportarán, aun cuando en el intento dejan muchas veces, su vida. La emergencia es tal, que el propio presidente Obama ha pedido 3.700 millones de dólares al Congreso de su país, para enfrentar este problema cuya solución no llegará sin una reforma migratoria. Desde octubre hasta ahora, se han contabilizado 52.000 niños, sin acompañantes, que irregularmente cruzaron la frontera. ¿Y los que no fueron contados? ¿Y los que murieron en el intento? También dentro del país tenemos nuestras propias batallas. Mayores o menores, baste con decir que hay guerras que también libramos, por fortuna, sin los niveles de violencia y muerte, pero que también nos suponen un cuestionamiento de vida. ¿Tengo voz? Sí. Pero, ¿acaso solo la estamos usando para gritar gooooool?
Por Tania Tinoco
Periodista. Directora de Telemundo.
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